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El hambre es uno de los más grandes flajelos que la humanidad haya sufrido y aquella la conocieron muy bien los estudiantes de antaño. Hoy se recuerda casi con una sonrisa cómplice las picardías que aquellos montaban como quien recuerda un anécdota graciosa. Sin duda es un bonito cuadro desde el punto de vista de la historia del vivir estudiantil. Cierto es que la realidad era más dramática. Más hoy no nos acongojemos con las penas de los caballeros de la tuna; riamos y celebremos una vida plena a pesar de la adversidad. Padezcamos solo el hambre del amor y del conocimiento recordando en todo momento que solo se vive mirando hacia adelante.
Durante los años estudiantiles el ser parte de una tuna da un gran beneficio a cualquiera que se embarque en tamaña odisea en lo relativo a, justamente, hacer como Odiseo y viajar. Al igual que el parchear, viajar también es parte de lo que compone la esencia del mester, pues los antiguos estudiantes iban por diferentes rutas y pueblos buscando fortuna, experiencias y llenar la panza de pan, o la bolsa con algunas monedas. Los tunos son parte de una expresión cultural que permite la comunicación a través de la lengua musical, y así peculiares, maravillarse y maravillar culturas con las que toman contacto. Ir a distintos lugares de la patria propia o fuera de ella, explorando tanto las diferencias como similitudes de los pueblos diversos otorga sabiduría. He aquí que también conocemos a hermanos en las artes tunantescas para compartir lo aprendido y hallar hospitalidad, buen trato y hermandad. El mundo se torna diminuto y, como el Quijote, al terminar los años de actividad en la tuna, volveremos a despertar a la locura de la cordura de un día común. ¿Qué nos hermana y que nos diferencia?